Conocido como el Jardín de la provincia, este pueblo neuquino resurgió del éxodo poblacional gracias a la idea de uno de sus habitantes: que cada uno de ellos plante un árbol.
Los árboles son una parte fundamental para mejorar la salud del medio ambiente, dado que no solo ayudan a limpiar el aire, sino también a prevenir inundaciones y darles hogar a diferentes especies de animales. Tal es su importancia que los habitantes de la localidad neuquina de Huinganco plantaron a mano un bosque entero y hasta tienen un museo con un árbol de más 1.200 años.
Se trata del Museo del Árbol y la Madera, un vivero provincial que tiene un ciprés de 1.200 de antigüedad, el cual sirvió para crear un espacio donde se pueda exponer al ejemplar más longevo de la Cordillera del Viento, además de otros troncos petrificados y diferentes especies autóctonas.
Ubicada a unos 470 kilómetros de la capital de Neuquén, el Jardín de la provinciarecibe a sus visitantes con un llamativo cartel que da paso al Valle Encantado y un boulevard que invita a conocer la historia del lugar. Para llegar allí habrá que tomar la Ruta Provincial N.º 43 y las Rutas Nacionales N.º 22 y 40, con sentido hacia el norte, donde los estarán esperando cerca de 1.100 habitantes que cuentan con un gran sentido de pertenencia y deseo de ser visitados en más de una ocasión.
Este sentido de pertenencia se intensificó durante la década del 60, periodo en el que se vivió un importante éxodo poblacional que expuso la necesidad de crear fuentes de trabajo. Sin embargo, la comunidad no se rindió ante la caída de la explotación minera y la producción de ganado que provocaron que el grueso de pobladores se fuese de la ciudad. Fue entonces cuando Temístocles Figueroa, y su hijo Rogelio, comenzaron a buscar alternativas, y así fue como crearon el vivero que cambió el rumbo del pueblo y lo hizo resurgir.
La creación del primer bosque comunal del país
En 1968 se creó el vivero como una iniciativa comunitaria en la que todos los habitantes aportaban su granito de arena. En principio fueron solo seis hombres los que comenzaron esta tarea, un número que luego ascendió a 80 y más tarde a 160, todos con el fin de continuar la plantación de coníferas, como así también la recuperación de especies autóctonas y la reactivación de la economía del pueblo.
Esta actividad se volvió tan importante que la producción fue en aumento, a tal punto que llegaron a las 3.700 hectáreas cultivadas, lo que los llevó a convertirse en el primer bosque comunal del país. Incluso, se alcanzó a un promedio de 2.000 árboles plantados por cada trabajador, que ayudaban y cuidaban de las plantaciones de sus compañeros. Con los años, estos pinos dieron la materia prima necesaria para dar lugar a nuevos puestos de trabajo en carpinterías y aserraderos, sin mencionar los cultivos de frutas que lograron la apertura de una fábrica de dulces artesanales.