
Historia de la primavera en Buenos Aires: del jacarandá que deslumbra turistas al plátano que enfurece a los alérgicos
La Ciudad tardó dos siglos en empezar a planificar su arbolado y fue Carlos Thays el que revolucionó el paisaje. Para 2042 está previsto duplicar la superficie cubierta por la sombra natural
Hubo un tiempo sin sombra. Buenos Aires era un anclaje colonial que había sido fundada no una sino dos veces, pero que no había sido plantada. Sus calles, reducidas en ese entonces a lo que hoy es nuestro casco histórico, tenían edificaciones bajas y demasiados pocos árboles.
Una primavera porteña no se parecía en nada a la que empieza este mismo sábado, por la que desfilarán las flores de los lapachos, los jacarandás, los palos borrachos y, sobre el final, las de las tipas. Y que será alfombrada por esas pelotitas polvorientas del plátano que encienden las alarmas e irritan las mucosas de los alérgicos de la Ciudad.
Pero en algún momento, por iniciativa privada, sus habitantes empezaron a plantar algunos árboles. No abunda la documentación sobre aquellos años, pero sí sabe que hacia el 1600 había penas para quienes destruyeran los algarrobos que iban creciendo, y que las familias plantaban limoneros y naranjos con fines sobre todo aromáticos.
Ya hacia el final de nuestra era colonial, alguien empezó a pensar más sistemáticamente que a Buenos Aires le faltaban árboles debajo de los que aliviarse y que, al mismo tiempo, enriquecieran el paisaje de una ciudad pujante a fuerza del comercio legal y también del contrabando. Así que, en lo que hoy es la avenida Leandro N. Alem y a fines del siglo XVIII se llamaba Paseo de Julio, se llevó a cabo la primera plantación de arbolado en el espacio público de la que se tenga registro. Se llamó ?La alameda?, aunque pobló el paisaje de naranjos y de ombúes, y recorrió esa avenida entre lo que hoy es la Casa Rosada y Corrientes.
El siguiente gran hito en la historia del arbolado porteño llegaría un siglo después, cuando Argentina ya existía como tal y su presidente era Domingo Faustino Sarmiento. Por su iniciativa, en 1874 se inauguró el Parque Tres de Febrero, gran pulmón verde del corredor norte de la Ciudad. No fue su única idea: también impulsó la importación de la especie Platanus hispánica, una planta exótica para nuestras latitudes. Como había importado docentes, trajo también árboles de Estados Unidos.
Cada primavera, la estación en la que los plátanos despiden su pelusa emblemática, Sarmiento es recordado -él, su madre doña Paula y hasta su telar artesanal- por la población alérgica a ese polvillo que, además, se acumula con facilidad en los desagües pluviales. Según la documentación sobre arbolado porteño que clasificó las especies de la Ciudad en 1941, en ese momento los plátanos representaban el 20% de los ejemplares en la Ciudad. Y, un spoiler para los alérgicos: el Plan Maestro de Arbolado que se puso en marcha en 2012 y que apunta a cumplir sus objetivos hacia 2042 los sostiene como parte del paisaje urbano.
Pero volvamos a la historia. Después de que Sarmiento impulsara el arbolado en general y el plátano en particular, unos años después llegaría la verdadera revolución. Fue en 1893, cuando el arquitecto y paisajista francés Carlos Thays fue puesto a cargo de la Dirección de Parques y Paseos. Nunca antes se había pensado el espacio urbano de Buenos Aires como lo hizo Thays en cuanto al arbolado. Le encargaron un ?Plan Europeo de Arbolado?, lo que llevó a que se plantaran tilos, paraísos y, de nuevo, plátanos.
Pero Thays no se conformó con esas especies: en un viaje al Norte argentino descubrió el jacarandá, el lapacho, las tipas y el palo borracho. Y fundó el Jardin Botánico que hoy lleva su nombre para reproducir allí las plantas que quería instalar en las calles porteñas. Así empezaba a delinearse el paisaje a veces lila, a veces rosado y a veces con un aroma inconfundible que todavía puebla nuestras calles. El clima porteño era especialmente prometedor para llenarlo de árboles con flor, lo que suponía una novedad respecto de las ciudades europeas que habían servido de inspiración hasta entonces.
La primera arteria en pensarse directamente con el arbolado que luciría fue la Avenida de Mayo, que se inauguró en 1894 y que se pobló de plátanos. Buenos Aires se llenaba de árboles de grandes dimensiones cuyas copas permitían ensombrecer las casas de una o, como mucho, dos plantas de la época. Su crecimiento en altura empezaría a quitarles espacio a los árboles.
Durante la última dictadura militar, por la descomposición de las instituciones democráticas de la entonces Municipalidad de Buenos Aires, empezó a resquebrajarse el plan sistemático de arbolado que venía desarrollándose. Incluso hubo talas que destruyeron árboles que conformaban parte de la historia viva de la Ciudad. Y también hubo resistencia. Tal vez la más emblemática fue la de los vecinos de Recoleta que se rebelaron ante la inminente destrucción del ombú que todavía puede visitarse en las inmediaciones de La Biela, y que es, según la documentación disponible, el segundo árbol más antiguo de la ciudad que aún está en pie.
Los ejemplares más antiguos están en San Telmo: son las dos magnolias del Protomedicato, que hoy pueden verse en Humberto 1º al 300 en el terreno de una escuela pública. Fueron plantadas hacia el 1800, cuando vivían allí los integrantes de la orden religiosa de los betlemitas y funcionaba en ese espacio la institución que regulaba la medicina y, más tarde, la escuela pionera de esa disciplina en nuestra ciudad. Aunque el edificio cambió de objetivo, los árboles siguen arrojando su sombra allí, como hace más de doscientos años.

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