La Industria es la herramienta apropiada para promover el desarrollo social
El mundo post pandemia será recordado como la instancia de reflexión más importante de la historia social moderna, un tiempo a partir del cual la humanidad deberá replantear sus usos y costumbres para tender a una mejor calidad de vida.
Casi todas las modalidades de trabajo se aggiornaron y la industria no fue ajena a esa tendencia. Nuevos protocolos moldearon todos los rubros, se observó la emergencia de otras formas de producir, y para la industria en sí se avizora una etapa de fortalecimiento y crecimiento sostenido.
El mundo requerirá de un funcionamiento a pleno para recuperar el tiempo perdido, y las sociedades en general esperan alcanzar en el corto plazo -por lo menos- los niveles de empleo similares a los del principio de la pandemia, con las virtudes propias de esta forma de producción: Empleo de calidad, distribución de riquezas y mejores estándares de vida.
En ese marco general, este 2 de septiembre “Día de la Industria” (fecha que conmemora la primera exportación argentina, realizada en el año 1857) puede servir para remarcar la importancia de nuestra actividad para las sociedades modernas. Un país con una industria fortalecida garantiza menor dependencia de los vaivenes de los precios internacionales de los Commoditys; atrae inversiones, estimula el desarrollo, la incorporación de tecnologías y las exportaciones; consolida el mercado interno; genera riqueza y mejora su distribución; promueve empleo de calidad, su formalidad y permanente capacitación; e incrementa los niveles salariales, entre otras virtudes.
Por ello, la industria es la herramienta más eficaz para impulsar el desarrollo social, y el motor indicado para potenciar la economía interna generando riqueza, empleo e inclusión para la población en su conjunto.
Esta consideración no se aplica solo al nivel local. Un informe de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI) -órgano creado dentro de la ONU para promover y acelerar la industrialización en los países en desarrollo- demuestra “cómo el proceso de industrialización está directa y cuantificablemente relacionado con una mejor calidad de vida”.
El espíritu emprendedor -base para toda iniciativa, incluso industrial- requiere de la convergencia de diversos factores. El recurso para la inversión necesaria, la visión de la oportunidad y la eficiencia productiva para mejorar la competitividad son los primeros que surgen en el imaginario colectivo, pero es fundamental contar además con un marco propicio que anime el proyecto. En ese aspecto, el rol del Estado se torna indispensable, tanto a la hora de establecer las condiciones necesarias, como para generar los canales más ágiles y dinámicos para el desarrollo de la propuesta: seguridad jurídica, estabilidad fiscal, legislaciones actualizadas y reglas claras, son algunas de ellas.

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